Ixca y el joven Tez

img-actitud-092Ésta historia ocurrió en Tenochtitlán, hace muchísimos años. En esa época vivía un joven muy impulsivo llamado Tez. Era alto y fuerte, inquieto y nervioso, incluso a veces un poco agresivo. Se encontraba desorientado porque no sabía a qué dedicar su vida. Recorría las calles de la ciudad interrogando a todo el que se le cruzaba sobre su profesión: “¿A qué te dedicas?, ¿te gusta?, ¿en qué consiste?, ¿tú crees que me gustaría a mí?…”. Un sinfín de preguntas que, agobiados, trataban de responder aunque rara vez sus respuestas conseguían satisfacer a Tez.

Pero una mañana en uno de sus inquisitivos encuentros, Tez encontró una respuesta que llamó su atención: “Si tienes tantas dudas deberías visitar a Ixca, es la persona más sabia de Tenochtitlán, y seguro que te podrá ayudar” – le dijo una vieja anciana que vendía maíz en un destartalado tenderete.

Dicho y hecho, Tez se dirigió hacia la muralla norte, a un pequeño barrio cerca del canal de Malinche. Poco a poco fue acelerando el paso, hasta, sin darse cuenta, echar a correr. Estaba ansioso. A lo mejor ese maestro podría por fin resolver sus dudas.

Ixca, era un alegre anciano bajito, moreno, delgado y fuerte al mismo tiempo. Había pasado gran parte de su vida viajando a pie por todo el continente y era considerado una de las personas más sabias de Tenochtitlán.

Tras varias preguntas atropelladas a otros tantos desafortunados, Tez encontró la casa del sabio. Casi sin dejar de correr, empujó la puerta e irrumpió con ímpetu en aquella tranquila y sencilla estancia. Allí, de pie, junto a una pequeña mesa de madera, se encontraba Ixca. Tez, casi sin aliento, se presentó en apenas tres palabras y comenzó su particular rosario de dudas: “Maestro, ¿debo ser guerrero?, ¿la guerra es muy terrible?, ¿sería mejor que fuera comerciante?, ¿es muy difícil vender?…” – Ixca escuchó en silencio preguntas y más preguntas – “¿Qué hago?, ¿vasijas?, ¿quizás es mejor para mí ser artesano?…” – hasta que de repente le interrumpió – “¿Tez, verdad? Pareces cansado. Has venido corriendo desde la otra punta de la ciudad. Déjame que te sirva un vaso de pulque”.

Mientras el maestro cogía la jarra, Tez esperaba impaciente, las preguntas hervían en su interior. Ixca se fijo en como apretaba sus puños, fruto de los nervios, y trató de tranquilizarle: “Espera, no tengas tanta prisa. ¿Quién sabe? Quizá tus preguntas se respondan mientras tomas el pulque…, o incluso antes”.

Tez se sentía desconcertado. Empezó a pensar que todo esto era una pérdida de tiempo, que ese hombre no parecía un sabio y sí un poco loco: “¿Cómo se van a responder mis preguntas bebiendo un licor? ¿Qué tiene una cosa que ver con la otra? Más vale que me escape de aquí cuanto antes”. Pero Ixca interrumpió sus pensamientos dándole un vaso con un platio debajo, y empezó a servirle el pulque.

El vaso ya estaba lleno, pero el viejo seguía vertiendo licor. El líquido comenzó a rebosar sobre el plato, pero él seguía echando. Entonces se llenó también el plato. Una gota más y el pulque empezaría a derramarse por el suelo. En aquel momento Tez gritó: “¡Alto!, ¿qué haces?, ¿estás loco o qué?, ¿acaso no ves que el vaso ya está lleno?, ¿no ves que el plato también está lleno?. Vas a desperdiciar el licor…”. Ixca dejó de servirle, y dijo muy pausadamente: “Ésta es la situación exacta en la que te encuentras. Tu mente está tan llena de preguntas que, aunque yo te las respondiera, no tienes lugar para las respuestas. Pero pareces un chico inteligente. Te has dado cuenta de que, ahora, una gota más no habría ido ni a al vaso ni al plato, habría empezado a derramarse por el suelo. Y eso mismo te digo, desde que entraste aquí tus preguntas rebosan por todas partes. Este lugar es pequeño, ¡pero lo has llenado con tus preguntas! Date la vuelta, vacía tu cabeza, deja tus preguntas aquí y vuelve a tu casa paseando. Tienes que crear un poco de espacio dentro de ti”.

Tez salió confundido, pero decidió hacer caso al viejo maestro y regresó a su casa dando un largo paseo. Tras unas horas, a unas pocas cabañas de su destino, el sonido aflautado de las chirimías llamó su atención, se trataba de la llegada de una batalla de unos valientes y triunfantes guerreros, y de todas las casas y templos, salía gente a recibirlos entre vítores y alabanzas.

En ese momento un escalofrío recorrió todo su cuerpo, su vello se erizó y sus ojos se llenaron de lágrimas. Por fin había encontrado lo que buscaba: ¡Quería ser un guerrero!

Las lecciones de Ixca

Si queremos ser capaces de forzar el compromiso con las personas de nuestros equipos debemos tener claro que se trata de un largo viaje. El compromiso se construye, no se compra ni se regala. De nada sirve querer correr, las buenas recetas necesitan cariño y fuego lento, el compromiso también. Debemos huir de la impaciencia, no por insistir mucho, por forzar la situación como el joven Tez vamos a conseguir resultados antes. Tenemos que ser constantes, y tener la voluntad de andar cada día un tramo de este viaje. Preocupémonos de que la dirección sea la correcta, de no desviarnos, de no parar y dejar que el tiempo haga el resto.

Eugenio de Andrés.

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