Mi vecino

imagencentral-135Un día llegó mi vecino a mi piso de venta. Era mi vecino desde hace más de cuatro años y, aunque no éramos cuates ni nos juntábamos socialmente, indudablemente había una relación cordial y de respeto mutuo.

Por cierto, diría que nuestra relación era una relación de “vernos de a ratos”, es decir, nos veíamos inesperadamente por unos breves momentos de vez en cuando a través del tiempo. Por ejemplo: a veces nos encontrábamos al subirnos a nuestros autos saliendo de la casa en camino al trabajo -o en situaciones similares-, en donde intercambiamos unas breves palabritas como seguramente te ha tocado a ti alguna vez, o sea, este tipo de charla:

-“¡Buenos días vecino! ¿Ya de salida, a trabajar?

-Sí, yo igual. Pues a darle duro. ¿Qué más da?, ¡Buen día! Hasta luego. Nos vemos.”

Pues ese día estaba saliendo del área administrativo, entro al piso de ventas en camino a mi escritorio cuando me encuentro a mi vecino sentado en el escritorio de un colega.

Nos vimos al mismo tiempo se paró y surgió la siguiente conversación (y los siguientes sentimientos y tono):

Vecino: “¡Hola Graham!, ¿Cómo estás?” (Gratamente sorprendido.)

Yo: “Excelente viejo, gracias. ¡Qué sorpresa! ¿Qué haces aquí?” (Yo también gratamente sorprendido.)

Vecino: “Vine a recoger mi auto.” (Sonriendo. Feliz.)

Yo: “Oye, yo no sabía que tenías esta marca.” (Sonriendo pero sorprendido aun todavía más, y tratando de recordar cuando lo había visto manejando mi marca.)

Vecino: “No, lo acabo de comprar hace unos días y hoy me lo entregan. ¿Tú que haces aquí?” (Orgulloso y amable como siempre.)

Yo: “¡Un auto nuevo!… ¡WOW! Felicidades, que bien. ¿Qué hago aquí? Fíjate que yo trabajo aquí. ¿Cómo ves?” (Sonriendo por fuera. Enojado por dentro. Totalmente sacado de onda, molesto con mi vecino y aun más con mi colega, mismo colega que ya lo estaba etiquetando como “pirata” y pensando cómo le iba a reclamar esta venta a mi gerente.)

Vecino: “¡No me digas eso!, ¡Ay Graham que pena! No sabía. Si hubiera sabido por supuesto que te la hubiera comprado a ti.” (Sorprendido, apenado e incómodo.)

Yo: “No te preocupes. No pasa nada. Al contrario, aquí todos somos un equipo y nos apoyamos. Lo importante es que estés contento y que te llevaste un excelente producto. ¿Qué te compraste?” (Sonriendo efusivamente por fuera tanto a él como a mi colega. Totalmente destruido por dentro: Molesto con mi vecino por haber dicho eso y tratando de recordar cuando le mencioné que trabajaba aquí. Molesto y apenado con mi colega por sentirme molesto y por haber perdido. Y molesto con los Dioses de las ventas y mi mala suerte por haberme quitado una venta que era “mía”.)

Pues si te ha pasado algo similar, ya sabrás como acabó esto. Todos pierden. El vecino perdió el no tenerme como su vendedor. El colega me perdió el respeto. Y yo perdí lana, reputación y un cliente leal a futuro (entre muchas cosas más).

Sin duda este evento fue una gran, gran lección. Me ubicó y cambió la forma en cómo veo el maravilloso mundo de ventas y como me veía yo dentro de ese mundo.

Aprendí que si me va a dar pena vender y admitir que soy vendedor, me dará pena promover mis ventas fuera de mi piso. Sea en mi vida social, familiar, deportiva, espiritual o donde quieras mencionar que llega uno a interactuar con otros.

Aprendí que si no me comprometo a ver esto como mi propio negocio y todo lo que eso requiere e implica, simplemente seré un títere de las circunstancias y como tal, siempre estaré enfocado en cómo buscar un “mejor empleo” en otro lado, o en vender otro producto desde la cajuela de mi auto en vez de crecer el negocio que tengo, dedicarle el tiempo, esfuerzo, conocimiento, que se merece y que exige.

Aprendí en crear valor en mí a través de dar resultado para que yo sea -si no indispensable, por lo menos muy importante para el distribuidor-, en vez de enfocarme en todas las miles de razones de cómo no funciona mi vida de ventas.

Aprendí que no me debo comparar con otros. Más bien debo compararme contra quién fui, quién soy y quién voy a ser. Porque eso si lo controlo yo, aceptar que mi éxito es mi responsabilidad y que nadie va a hacer mi mejor esfuerzo por mí.

Aprendí que la flojera no paga, que la ignorancia no me crece y que la soberbia me estanca.

Recuerda: Tu éxito es tu responsabilidad.

Nos vemos en la trinchera.

Graham

 

 

6 Comments

Responder a Graham Ross Cancelar respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *