El cruce del río

Cuenta esta historia que, en cierta ocasión, dos monjes caminaban a través de un bosque, de regreso a su monasterio.

Al llegar a la orilla de un río, vieron allí a una mujer que lloraba en cuclillas. Era joven y atractiva.

– ¿Que te sucede? – le preguntó el monje más anciano.

– Mi madre se muere –respondió la joven-. Ella está sola en su casa, del otro lado del río, y yo no puedo cruzar. Lo intenté, pero la corriente me arrastra y no podré llegar nunca al otro lado sin ayuda… pensé que no la volvería a ver con vida. Pero ahora… ahora que aparecieron, quizá alguno de los dos podrá ayudarme a cruzar…

-Ojalá pudiéramos – se lamentó el más joven-. Pero la única manera de ayudarte sería cargarte a través del río y nuestros votos de castidad nos impiden todo contacto con el sexo opuesto. Eso está prohibido… lo siento.

– Yo también lo siento- dijo la mujer y volvió a llorar.

El monje más viejo se arrodilló, inclinó la cabeza y dijo:

– Sube.

La mujer no podía creerlo, pero con rapidez tomó un atado de ropas y montó a horcajadas sobre el monje. Con bastante dificultad, el monje cruzó el río, seguido por el otro más joven.

Al llegar al otro lado, la mujer descendió y se acercó en actitud de besar las manos del anciano monje.

– Está bien, está bien- dijo el viejo retirando las manos-. Sigue tu camino en paz.

La mujer se inclinó en señal de gratitud y humildad, y corrió por el camino del pueblo.

Los monjes, en silencio, continuaron su marcha hacia el monasterio.

Luego de un par de horas de caminata, el joven le dijo al anciano:

– Maestro, hay algo que me perturba. Tú sabes mejor que yo acerca de nuestro voto de castidad. No obstante, cargaste sobre tus hombros a aquella mujer para cruzar el río.

–       Es cierto que yo la llevé a través del río –respondió el anciano-, pero la dejé apenas pisamos la otra orilla. ¿Pero qué pasa contigo, que aún la cargas en tus pensamientos?

Jorge Bucay

 

MORALEJA:

Es imposible que el pasado nos persiga, y mucho más que nos atrape.

Sin embargo, una de las preguntas que más a menudo nos formulamos, es:

– ¿Cómo puedo dejar atrás tal hecho de mi pasado?

La respuesta es en extremo simple, tanto que puede molestar, y por eso mismo la descartamos. Para dejar de estar detenidos en el pasado, basta con dejar de mirar en esa dirección.

Desde que es pasado, que ya ocurrió, no hay manera en que hoy nos persiga… salvo que seamos nosotros quienes sigamos dándole vida, una vida artificial, volviendo una y otra vez sobre lo que ya sucedió. Entonces, no es el pasado el que nos persigue, si no nosotros quienes insistimos en zambullirnos en él.

Para dejar de sentir que aún estamos en medio del río, a menudo basta con mirar, de manera consciente, el momento presente. Es entonces cuando podemos darnos cuenta que, vayan adonde vayan nuestros pensamientos, físicamente ya estamos en la orilla, secos y a salvo.

 

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