La Silla

img-actitud-081Había una vez un chico llamado Mario a quien le encantaba tener miles de amigos. Presumía muchísimo de todos los amigos que tenía en el colegio, y de que era muy amigo de todos. Su abuelo se le acercó un día y le dijo:

– Te apuesto una bolsa de palomitas a que no tienes tantos amigos como crees, Mario. Seguro que muchos no son más que compañeros o cómplices de tus fechorías.

Mario aceptó la apuesta sin dudarlo, pero como no sabía muy bien cómo probar que todos eran sus amigos, le preguntó a su abuela. Ésta respondió:
- Tengo justo lo que necesitas en el desván. Espera un momento.
 La abuela salió y al poco volvió como si llevara algo en la mano, pero Mario no vio nada.

– Cógela. Es una silla muy especial. Como es invisible, es difícil sentarse, pero si la llevas a la escuela y consigues sentarte en ella, activarás su magia y podrás distinguir a tus amigos del resto de compañeros.

Mario, valiente y decidido, tomó aquella extraña silla invisible y se fue con ella a la escuela. Al llegar la hora del recreo, pidió a todos que hicieran un círculo y se puso en medio, con su silla.

– No se muevan, van a ver algo alucinante.
 Entonces se fue a sentar en la silla, pero como no la veía, falló y se calló. Todos se echaron a reír.
- Esperen, esperen, que no me ha salido bien – dijo mientras volvía a intentarlo. Pero volvió a fallar, provocando algunas caras de extrañeza, y las primeras burlas. Mario no se rindió, y siguió tratando de sentarse en la mágica silla de su abuela, pero no dejaba de caer al suelo… hasta que de pronto, una de las veces que fue a sentarse, no calló y se quedó en el aire…

Y entonces, comprobó la magia de la que habló su abuela. Al mirar alrededor pudo ver a Jorge, Lucas y Diana, tres de sus mejores amigos, sujetándole para que no cayera, mientras muchos otros de quienes había pensado que eran sus amigos no hacían otra cosa más que burlarse de él y disfrutar con cada una de sus caídas. Ahí paró el numerito, retirándose con sus tres verdaderos amigos, les explicó cómo sus ingeniosos abuelos se las habían arreglado para enseñarle que los buenos amigos son aquellos que nos quieren y se preocupan por nosotros, y no cualquiera que pasa a nuestro lado, y menos aún quienes disfrutan con las cosas malas que nos pasan.

Aquella tarde, los cuatro fueron a ver al abuelo para pagar la apuesta.

Y desde entonces, muchas veces usaron la prueba de la silla, y cuantos la superaban resultaron ser amigos para toda la vida.

Pedro Pablo Sacristán

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