Lo grande está en lo pequeño

img-actitud-144Durante años, cuando trabajaba como analista bursátil y lidiaba cada día con los mercados financieros, reflexioné sobre qué se podía hacer para humanizar el sistema económico. Para mí no era lógico que necesidades básicas, como la vivienda o la disponibilidad de alimentos, se dejaran a las fuerzas del mercado y que fuera posible especular con sus precios. Esta pregunta es ahora todavía más relevante, vistas las consecuencias para nuestra sociedad de la falta de ética en los negocios y la banca. Es sorprendente ver hasta qué punto se había generalizado la corrupción y el egoísmo en nuestras instituciones, algo por lo que todos, en mayor o menor medida, estamos pagando un precio.

 La reacción más habitual ante la situación actual es quejarse y buscar culpables. Para muchos, los responsables de todo son los políticos, los economistas, o los banqueros, y hay quien piensa que acabando con los partidos o la banca solucionaremos todos nuestros problemas. Esto me recuerda un documental que ví hace tiempo. Después de analizar el estado de la economía, concluía que el causante de todos los males sociales era el dinero. Por lo tanto, la mejor manera de arreglarlos era simplemente destruirlo. De hecho, el documental acababa así, con muchas personas quemando sacos de billetes o devolviéndolos al Banco Central. Muy fácil, y en mi opinión, también muy irreal.

 No estoy diciendo que no haya que pedir responsabilidades y castigar los excesos que se han cometido. Sin embargo, cuando buscamos culpables fuera, sin reconocer cuál ha sido nuestra contribución a los problemas, estamos perdiendo una gran oportunidad de crecimiento. Eludimos nuestra responsabilidad y por tanto nuestra posibilidad de aprender del pasado para crear un futuro distinto.

 Es aquí donde vuelvo a la afirmación inicial y que da título a esta entrada: “lo más grande está en lo pequeño”. Personalmente, pensar sobre su sentido me lleva a reflexiones muy ricas. Muchos de nosotros tenemos grandes aspiraciones. Nos gustaría arreglar la economía, eliminar el hambre en el mundo, acabar con las guerras… Esas ideas, si bien loables, nos mantienen fuera de la realidad. Con los pies firmes en la tierra, es fácil darse cuenta de que ninguno de nosotros es capaz de lograr tan grandes hazañas. Desde esas intenciones, empezamos ya derrotados, antes de siquiera intentar hacer nada. Y es aquí donde encuentro la respuesta a mi pregunta respecto de cómo humanizar la economía.

Mi área de actuación no puede ser la economía en su conjunto, algo muy amplio y abstracto, fuera de mi misma. Ahí podré conseguir muy poco. Sin embargo, donde sí puedo tener un gran impacto es en mi propio mundo, en mis finanzas personales, si intento gestionarlas de forma más humana. Por ejemplo puedo ser más consciente de cómo gano, gasto e invierto mi dinero, y hacer que ello esté en consonancia con mis valores. Desde ese lugar, me hago responsable y no tengo excusa para quedarme quieta. Eso hace que recupere mi poder para cambiar las cosas. Me gusta mucho como describe esta idea la famosa frase de Gandhi: “Sé el cambio que quieres ver en el mundo”.

Para la mayoría de nosotros, el dinero representa una fiel proyección de nuestros patrones personales. Eso es lo que da sentido a mi trabajo de “coaching financiero”, pues estoy convencida de que cuántas más personas seamos capaces de poner luz en esta área tan importante de nuestra vida, más humanas serán también nuestras estructuras económicas y empresariales.

Recuerdo mis tiempos en banca de inversión. En general los analistas se incorporaban muy jóvenes, justo al acabar sus estudios, a ese tipo de puestos, y tenían muy pronto la posibilidad de ganar mucho dinero. De entre mis compañeros, había algunos que mantenían sus principios y seguían siendo la misma persona, independientemente de su salario y de su ascenso en la empresa.

Sin embargo, otros muchos se perdían en la lucha por el éxito y la competencia, olvidando totalmente quienes eran. Para mí, la diferencia entre ambos tipos de personas es todavía un misterio. Lo que sí tengo claro es que el dinero ni es codicioso, ni es egoísta, ni tiene miedo, ni traiciona a otros buscando conseguir más para él. Somos nosotros, los humanos, los que tenemos esas debilidades y emociones. El dinero es sólo un sabio maestro, que nos muestra donde estamos en nuestro camino.

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